El medio acuático de por sí nos convida al placer, al disfrute. Su sonido, su temperatura, el movimiento de sus aguas; tanto por el vaivén de sus olas como por el juego de l@s peques inmersos en ella.

En los últimos tiempos se ha expuesto en escritos respaldados por investigaciones científicas que las actividades acuáticas son beneficiosa en todas las edades1. El ser humano es mayoritariamente terrestre, por consiguiente cuando se le pide al niñ@ que se desempeñe en un medio diferente al que se encuentra habituado, estamos potenciando aspectos de tipo psicomotor, emocional, cognitivo y social.

Las habilidades psicomotoras se basan en la capacidad que tienen los individuos para mover de forma voluntaria su propio cuerpo. Las actividades acuáticas no son más que el desarrollo de habilidades motrices en un medio marítimo. El rango de edad que se comprende entre el nacimiento y los 3 años de vida, se considera la etapa ideal para que el niñ@ comience a poner en prácticas estas destrezas, es decir, es el periodo sensitivo del desarrollo1 para caminar, correr, saltar, trepar y nadar.

Planteándose entonces que la natación, desde lo orgánico, ayuda al crecimiento de los huesos y la circulación; unido a la coordinación y exploración del esquema corporal, porque el medio acuático le permite experimentar en un contexto nuevo sensaciones táctiles diversas. Favoreciendo también la musculatura porque se hace mas tónica, flexible y mejora la movilidad articular1.

¿Cuáles son las características del agua que facilitan dicho desarrollo en el infante?

  • Al entrar el niñ@ al medio acuático se percata que es capaz de traspasar la superficie, lo cual es efectivo porque logra tener el estímulo de manera directa y poder procesar ésta información según el nivel de desarrollo de su pensamiento que es concreto.
  • La presión que ejerce el agua al cuerpo le brinda vitalidad y le fortifica durante las actividades lúdicas, en las cuales se le enseña equilibrio, las nociones de la lateralidad, etc.
  • La masa de agua tiene densidad, la cual genera resistencia al movimiento corporal dando lugar a que sean lentificados y amplios. Permite así que se percate de ellos y le dé la oportunidad de poder a sí mismo reconocerse y explorarse.
  • La fuerza que realiza el agua sobre el cuerpo hundido se denomina ingravidez, proceso que da lugar a que el niñ@ aprenda a flotar y a relajarse.
  • El reconocimiento de la profundidad ayuda a entender concretamente y gráficamente, para el cerebro infantil inmaduro, la tridimensionalidad espacial.

Evaluando la influencia que tiene en la esfera emocional se documenta que aporta tranquilidad y confianza a la mayoría de los niñ@s1, debido al recuerdo que le evoca a la vida intrauterina. Además de intervenir en la formación de la capacidad de afrontamiento adecuado, a través del aprendizaje por esfuerzo2, porque el niñ@ al enfrentarse a este medio nuevo realiza varios esfuerzos mediante la repetición hasta que encuentra la solución al problema.

Desde el punto de vista social existe un incremento de camaradería y unidad1, obligando a estar muy pegado al adulto para así poder sostenerse y esto es lo que fortalece los lazos afectivos y le genera gran placer2, 3.

Es importante recalcar que todo este proceso, los educadores lo realizan de manera segura y eficiente. Utilizando los niveles de ayuda pertinentes en correspondencia con cada edad y habilidad lograda por el peque y desde la individualidad de cada niñ@2.

Referencias

  1. Perdiz Roda, M. (2019). Actividades acuáticas para bebés: una propuesta de un programa de actividad acuática de 4 meses a 3 años. Recuperado de https://buleria.unileon.es/handle/10612/10952
  2. Aucallanchi, R., & Huber, A. (2018). La enseñanza de la natación en edades de 0 a 2 años. Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle. Recuperado de http://repositorio.une.edu.pe/handle/UNE/3392
  3. Sanz, M. (2017). El bebé y el niño pequeño en el agua: Aplicación de los principios de Emmi Pikler en pedagogía acuática para la primera infancia. Revista de Investigación en Actividades Acuáticas, 1(2), 61-66.